Hay momentos en la vida en los que algo dentro de ti empieza a sentirse fuera de lugar, aunque por fuera todo parezca estar bien, poco a poco vas sintiendo cómo el cuerpo se tensa, cómo la mente no para, cómo respiras más rápido, cómo te cuesta estar en el presente. No entiendes bien qué pasa. Solo sabes que algo no está bien. A veces le das mil vueltas, otras veces solo quieres que desaparezca. Y en medio de todo ese ruido, aparece ella: la ansiedad.
Lo sé porque la he sentido, y porque la escucho una y otra vez en consulta. Porque llega de mil formas: insomnio, dolores en el pecho, pensamientos que no te dejan, miedo sin motivo, presión en el cuerpo, nudos en la garganta. Y lo primero que solemos pensar es: “¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy así?” Y luego viene la culpa: “No debería sentir esto. Tengo que controlarlo. Seguro algo está mal en mí”.
Pero aquí va una verdad que muchas veces olvidamos: la ansiedad no es un error. No estás rota. No estás fallando. La ansiedad no es algo que tengas que eliminar a la fuerza. Es un llamado. Una señal del cuerpo y del alma que te está diciendo: “Ya es suficiente. Escúchame. Necesito que pares.”
Y claro que asusta, porque cuando uno ha vivido mucho tiempo desde la exigencia, el control o el piloto automático, lo desconocido se siente peligroso. Parar se siente incómodo. Escucharte da miedo. Pero ese miedo es parte del proceso, no significa que no estés avanzando.
La ansiedad muchas veces aparece cuando has dejado de habitarte. Cuando has dejado de priorizarte, cuando llevas mucho tiempo sobreviviendo en lugar de vivir. Cuando has estado tan ocupada cuidando de todo y de todos, que te olvidaste de ti. Por eso, en lugar de ver a la ansiedad como una enemiga que hay que callar, quiero invitarte a verla como una mensajera. A preguntarte qué está tratando de decirte. Porque detrás de cada síntoma, de cada pensamiento repetitivo, de cada sensación de ahogo, hay una historia no contada, una emoción no atendida, una necesidad ignorada.
¿QUÉ PUEDES HACER CUANDO LA ANSIEDAD APARECE?
Lo primero: no luches contra ella, no intentes taparla, no te exijas más, no la fuerces a irse. Porque cuanto más peleas con ella, más fuerza toma. En cambio respira, hazle espacio, dile con amor: “Te veo, estoy aquí, no voy a huir de ti.”
Hay una práctica muy sencilla pero muy poderosa que puedes hacer en esos momentos. Siéntate en un lugar tranquilo, apoya bien tus pies en el suelo, pon una mano en tu pecho y otra en tu abdomen. Inhala por la nariz contando hasta 4, sostén el aire 2 segundos, y luego exhala muy lentamente por la boca contando hasta 6. Mientras respiras, repite mentalmente: “Estoy a salvo. Estoy aquí. Todo está bien.”
Hazlo tres veces, o más si lo necesitas. Es un momento contigo. Una pausa en medio del ruido.
Acompañarte en vez de exigirte es uno de los mayores actos de amor propio. Porque la ansiedad no se trata de eliminarla a toda costa, sino de comprender qué hay debajo. Qué estás necesitando. Qué estás cargando sola. Qué heridas siguen abiertas.
Y sí, tal vez nunca nadie te enseñó a hacerlo. Tal vez creciste creyendo que tenías que ser fuerte todo el tiempo, que sentir estaba mal, que pedir ayuda era debilidad. Pero hoy puedes elegir diferente. Hoy puedes empezar a tratarte con más suavidad.
HÁBITOS PEQUEÑOS QUE PUEDEN MARCAR UNA GRAN DIFERENCIA
No necesitas cambiar toda tu vida en un día. A veces, lo más transformador comienza con pequeñas acciones que haces de forma consciente y repetida.
Haz pausas conscientes: Detente cada 2 o 3 horas. Cierra los ojos, respira profundo, estírate, siente tu cuerpo. Solo un minuto puede hacer la diferencia.
Muévete: No necesitas una rutina intensa. Basta con una caminata de 10 o 20 minutos. El movimiento ayuda a liberar la tensión acumulada en el cuerpo y a oxigenar la mente.
Cuida lo que consumes mentalmente: Reduce el tiempo que pasás en redes sociales o viendo noticias. Tu mente no fue hecha para absorber tanta información todo el tiempo, y menos si es negativa o estresante.
Regálate presencia antes de dormir: Evita el celular al menos 30 minutos antes de acostarte. Escucha música suave, respira, estira el cuerpo, escribe si lo necesitas. Una noche tranquila impacta directamente en tu salud emocional.
Háblate con amor: Escucha tu diálogo interno. Si lo que te estás diciendo no se lo dirías a alguien que amas… no te lo digas a vos. Practica frases como: “Estoy haciendo lo mejor que puedo”, “No necesito tener todo resuelto hoy”, “Puedo con esto, y no tengo que hacerlo sola”.
Cuando haces esto todos los días, algo empieza a cambiar. No de golpe, no mágicamente, pero sí con constancia. Y esa constancia es lo que te ayuda a volver a ti.
La ansiedad no es una debilidad. Es una reacción natural del cuerpo que nos está pidiendo parar, revisar, reordenar. Desde la biodescodificación, entendemos que todo síntoma tiene un origen emocional. Que la ansiedad muchas veces nace de un conflicto de miedo, de desprotección, de sentirte sola, insuficiente, exigida, fuera de lugar o en amenaza constante. Y cuando lográs identificar esa raíz emocional, cuando vas más allá del síntoma y lo mirás desde su historia, es cuando realmente se puede transformar.
En Biosaem he acompañado a muchas personas en ese camino. Algunas comienzan por el curso Sanando desde Adentro, que es un recorrido paso a paso para conocerte, comprender tus heridas, trabajar tus emociones y volver a sentirte en paz. Otras prefieren empezar con una sesión personalizada, donde juntas podemos mirar de raíz lo que hoy te está causando ansiedad, desde una mirada emocional, respetuosa y profunda.
La ansiedad no se va ignorándola, se transforma cuando te animás a mirarla con otros ojos.
Y si llegaste hasta aquí, ya diste el primer paso: el de no seguir huyendo de ti.
Dale clic a este enlace y conoce más de nuestros servicios: https://biosaem.com/social/